Frío, selva y concubinas

 

 

Archivo General de la Nación, (Bogotá). Sección: Colonia. Fondo: Policía. Legajo: 8. Folios: 139r – 143v.

 

 

            Yo sí los comprendo: la noche es fría. La noche es solitaria. Todavía hoy, en una metrópoli del siglo XXI hay calles, esquinas y parques que se convierten en verdaderos palacios del vacío, como los que sólo se dan en las noches campesinas. Ahora imaginen a Santafé en 1787. La carrera Séptima era un camino de piedra, la Macarena, madremonte; no había alumbrado público ni oficinas prendidas hasta tarde. Si son de los que piensan que los celadores deben pasar momentos de aguda soledad, y si alguna vez han simpatizado con el aburrimiento de un bachiller en una torreta del Cantón Norte, creo que, como yo, pueden comprender la situación de un soldado haciendo guardia nocturna en la Santafé de 1787.

            En una desvelada cualquiera, por los bordes de la escasa luz que despide su precaria linterna de mecha comienza a aparecer una figura de sombra. El soldado duda si entrar al puesto de guardia o apuntar con su rifle.

            – ¿Quién va ahí? -, pregunta.

            – Tu cena -, le responde una voz femenina de tono seductor.      

            El recluta (llamémoslo José María Tribín por razones narrativas, aunque en realidad este nombre no aparece en el documento del archivo), quien minutos antes estaba por pegarse un tiro en la cabeza para matar el tiempo, de repente despierta del sopor y su sangre se calienta. Al círculo de luz entra una mujer de piel panela, bajita, de esas cuyos cuerpos invitan a ingeniosas manipulaciones. Al punto se descubre los senos y José María Tribín experimenta una erección monumental mientras cede a las  irresistibles tentaciones de esta súcubo nocturna. Entran al puesto de guardia o bien fornican allí mismo, con las manos de la cortesana sobre la pared de adobe y las nalgas del soldado Tribín animando la penumbra santafereña. ¿Quién habría de pasar por allí a esas horas? ¿Quién habría de enterarse?

            La única explicación satisfactoria que le encuentro al hecho de que Matías José de Leyva, alcalde de Santafé, hubiera recibido noticia de estos tratos nocturnos es que alguna trabajadora se lo hubiese soplado en una torpe triquiñuela propia del mercado con libre competencia. Una especie de “corporate operation”. En todo caso, el hecho es que lo supo y le agradó poco. Es comprensible. ¿A qué alcalde le gustaría escuchar que la policía se la pasa retozando con chicas de dudosa reputación durante las horas de servicio?

No me extrañaría haber encontrado dos libros sobre la mesa de noche de Leyva: la Guía de pecadores, de Fray Luis de Granada, que le dio la matriz para concebir toda interacción social; y las Elegías de varones ilustres de Indias, de otro religioso, Juan de Castellanos. Este poema épico lograba fusionar su imaginario moral con un concepto de lucha contra la “naturaleza” que más parecía un peregrinaje o una cruzada que una simple conquista. La relevancia de esto es clara cuando veamos la solución que el alcalde de Santafé diseñó para enmendar este problema de libido castrense. 

Como todo buen abrahámico, Leyva concluyó que la culpa era de la mujer. Por ello le presentó al Virrey de la Nueva Granada, en 1787, el proyecto que creía daría fin a las vergüenzas públicas que las visitadoras provocaban en los soldados. Evidentemente había que mirar río arriba, y él llegó a las mujerzuelas. Su proyecto contiene frases cuya sinceridad despierta profunda nostalgia histórica: “un alcalde no puede contener los soldados en los términos que desea por la provocación de estas mugercillas tan prostitutas”. Aunque difícilmente comparto su opinión, entiendo su razonamiento.

            La solución tradicional que se le había dado a este problema era desterrárlas de Santafé. Supongamos que un oficial, por casualidad, cogía a José María Tribín con una Luisa Gaitán, natural de Chía. El soldado era amonestado y la mujer era exilada de la ciudad (deportada, en términos contemporáneos). Esta opción le parecería satisfactoria a Leyva de no ser porque las cortesanas esperaban a que pasara el fin de año, y como a mediados de enero, cuando los nuevos alcaldes ordinarios y de barrio, quienes no tenían noticia de lo acaecido en tiempo anterior, se posesionaban, Luisa Gaitán y sus colegas regresaban a Santafé desde los pueblos y parroquias aledaños.

            La medida ofrecida por el alcalde Matías José de Leyva es una clara muestra del  ideario en torno a la naturaleza que mencioné. En las Elegías de varones ilustres, Jiménez de Quesada es un caballero de Dios que introduce su espíritu cristiano en este inhóspito continente. Aunque dudo que el excelentísimo doctor Leyva hubiera pisado tierra más feroz que Honda, el alcalde creía firmemente en las cualidades moralizantes de la selva.

            El 12 de junio de 1787 el Virrey recibió en su despacho una carta enviada por el alcalde de Santafé. En primer lugar hacía un diagnóstico: la milicia santafereña era una putería. Segundo, encontraba un culpable: las indias callejeras. Por último, pedía un cojonal de oro para llevar a cabo la brillante solución a este embrollo:

            Toda prostituta de Santafé debía ser desterrada (los costos del viaje los cubría el gobierno) a las nuevas fundaciones del Darién. Allí, debían ser empleadas para cuanto trabajo “fuera considerado necesario en estos remotos parajes”. Al día siguiente el Virrey respondio con una suave pero firme negativa.

            Aunque hay algo hermoso en la lógica del burgomaestre, yo insisto en que la culpa de todo fue del frío y de la soledad.

 

 

 

Published in: on septiembre 15, 2006 at 5:16 am  Comments (3)  

The URI to TrackBack this entry is: https://vitaedissolutae.wordpress.com/2006/09/15/frio-selva-y-concubinas/trackback/

RSS feed for comments on this post.

3 comentariosDeja un comentario

  1. Deliciosa receta para un «sandwich de pared» o emparedado de lugareña. Muy a tiempo para el día del amor y la amistad, ja,ja,ja!
    Denuevo gracias Santiago por otro entretenido relato.

  2. que puteria de cuento, no volvere a transitar cerca de las garitas del canton norte de la misma forma otra vez.

  3. Excelente relato, pobres los soldados que ya no pueden encontrarse plata para irse de golfas y que ahora van a recibir en el cantón norte a travestis que es lo único que hay por ahí cerca. Ahora, que al que le guste, muy de buenas.


Deja un comentario